Le he zurrado al ser que más quiero


Bueno, por una parte tengo la sensación de que este blog no es del estilo apropiado para una entrada tan chorra como la que voy a escribir... Aunque... Tengo muchas entradas chorras... Bueno, el caso es que, afortunadamente, éste no es un blog en el cual, hasta ahora, suela escribir mis venturas y desventuras, que no creo que interesen a nadie (aunque, pensándolo bien, nada de lo que escribo interesa al populacho, y en verdad lo escribo para mí), pero hoy, voy a hacerlo.

Tenía en mente hace más de un mes varias entradas interesantes (algunas holmesianas y otras reflexivas), pero me han pasado muchas cosas últimamente y no ha podido ser.

El caso es que, esas entradas, debido a todos los asuntos urgentes que estoy atendiendo, quedan aparcadas indefinidamente (por desgracia), pero ya llegarán, ya llegarán...

En cambio, voy a dejar plasmada, por primera vez, una acerca de un peludo y entrañable ser al que adoro, pero que consiguió cabrearme hasta tal punto hace unas horas, que ha inspirado esta entrada:



Pues sí, le he arreado tres o cuatro hostias bien merecidas al ser más adorable que conozco, pero es que... Yo normalmente le consiento de todo... Me hace gracia cuando mete la cabeza en el frigorífico y consigue lamer algo que encuentre, me hace gracia cuando me acosa mientras como, adoro sus cariñitos (me encantan sus lametones y mordisquitos, a los cuales respondo con besos y caricias), me gusta que duerma conmigo aunque me despierte adrede para robarme el sitio en la cama, y hasta le he pillado el gusto a pasearlo. Vamos, que me encanta tenerlo mimado... PERO hoy, le he zurrado.

Aldo tiene 11 ó 12 años, ya le he perdido la cuenta. Aunque desde siempre ha sido el bicho más noble que existe con los humanos (increíblemente cariñoso y mimoso), y hasta es bueno con los gatos (tenía una amiga gata), nunca se ha llevado bien con sus congéneres del mismo sexo. Es un puto camorrista. Debe ser instintivo. Supongo que desea ser el único perro macho del universo para cepillarse a todas las perras.

El caso es que, de joven, había que estar alerta cuando se le estaba paseando y se avistaba a otro can, porque estaba claro que Aldo iba a intentar iniciar una bronca, y habría que tirar de él para impedirlo. De viejo, en cambio, parecía (recalco, PARECÍA) que estaba más calmado...

No obstante, hace tan solo unas horas, me dispuse a pasear a mi perro para que echase las pertinentes evacuaciones antes de dormir. Había echado ya varias evacuaciones líquidas cuando se puso a echar una sólida, las cuales suelo recoger con bolsas diseñadas para ello y depositar en contenedores o papeleras.

Pues bien, acababa de echar la deposición, acababa yo de recogerla con la bolsa y avanzábamos hacia un contenedor, cuando ocurrió todo...

Aldo había caído al suelo con anterioridad a varias de las personas que lo habían paseado a lo largo de su vida, y siempre por el mismo motivo exactamente: el avistamiento de otro perro y su persecución furiosa del mismo. Ahí donde lo ven, mi perro no es un cocker corriente: suelen tener fama de malos y con las personas mi perro es lo más bueno que existe en el mundo, suelen ser de tamaño mediano y mi perro es... Es mediano, pero más grande que la mayoría de los perros medianos (no sólo por gordo, también es más alto que otros cockers). Además de todo ello, mi perro es inusualmente fuerte para su tamaño. De todas formas, no tanto como para caer a una persona que esté atenta. Yo, al saber de esas otras veces que había caído a alguien que lo paseaba, me había descojonado y había pensado: bah, eso no me podría pasar a mí, siempre que lo paseo estoy atenta y por mucho énfasis que le de al tirón cuando ve a otro perro, siempre consigo salirme con la mía tranquilamente. Pues al igual que nadie cuenta con la astucia del Chapulín Colorado, no había contado yo con el factor “distracción al ir a tirar una mierda”.

Pero volvamos a lo ocurrido... Decía que: acababa de echar la deposición, acababa yo de recogerla con la bolsa y avanzábamos hacia un contenedor, cuando ocurrió todo...

Los ladridos de un Aldo iracundo resonaban como en estéreo (quiero decir que en ese momento no era consciente ni de por dónde estaba ladrando Aldo respecto a mi posición). Yo estaba en el suelo a cuatro patas, posición que se suele adoptar instintivamente para no darse en la cara y partirse los piños o la nariz cuando se cae una persona hacia delante, y lo único que pensaba es que menos mal que la mierda no estaba cerca (no sé cómo, pero se me fue a caer en el quinto coño, por suerte para mí).

Me levanté y avisté la mierda, que había vuelto al suelo, pero bruscamente trasladada, así como la bolsa que había servido para recogerla cerca de la misma. Acto seguido, me dispuse a localizar a Aldo, que ladraba furioso y con la correa colgando mientras corría tras un pobre y asustado animal inocente. Lo cierto es que no habían llegado muy lejos, porque ambos corrían en círculos alrededor de una chavala, formando un grotesco y cómico espectáculo.

La chavala, lejos de estar asustada, intentaba infructuosamente coger la correa de Aldo. Por un momento, me asusté pensando que podía ser la dueña del otro perro (cosa que probablemente sería en efecto) y que quisiera zurrarle a Aldo (aunque luego le zurré yo misma, pero bueno).

Sin embargo, todo fue muy civilizado por su parte: consiguió coger la correa, me la dio y me preguntó si me había hecho daño. Ignorante de mis heridas, le dije que no (la verdad es que sí, ya que me di cuenta después de que me he hecho una rozadura gorda en la rodilla derecha, la cual duele a veces), aunque tampoco es que le fuera a decir otra cosa en caso de no haberlas ignorado.

En cuanto volví a tener a Aldo en mi poder, le zurré como tres o cuatro cates en el culo bastante fuertes (ahora me arrepiento, pero me puso de una mala hostia...). Una señora desde una ventana me gritó con voz compasiva: “no le pegues, pobrecita, que no entiende”. No sé por qué a mi perro a veces lo confunden con una perra... Será porque está gordo y las perras suelen ser más anchitas.

El caso es que le respondí a la señora “claro, para que me vuelva a hacer lo mismo” (la verdad es que fríamente, la señora me cae bien, pero es que yo en ese momento estaba de mala leche). El caso es que por fin conseguí tirar la mierda (como me vuelva a encontrar a alguien que me diga algo porque mi perro mee o cague en la calle, presuponiendo que no miro por la higiene de la calle, soy capaz de asesinar a dicha persona).

Normalmente, dejo a mi perro pasearse hasta que a él le da la gana de volver para casa, pero hoy, tras tirar por fin la mierda, le acorté la correa al máximo y tras un “¡vámonos ya!”, me lo llevé para casa (no opuso mucha resistencia, supongo que por los cates).

Una de las muchas costumbres curiosas que tiene Aldo desde pequeño, es la de ladrar cuando vamos en el ascensor, sea para salir o sea para volver a casa. Tras el acontecimiento anteriormente narrado, Aldo se dispuso a efectuar dicha costumbre y empezó a ladrar, pero le grité “¡¡QUE TE CALLES YA!!” y... ¡Se calló! ¡Estuvo todo el trayecto del ascensor callado! Eso demuestra que hace lo que le sale de sus peludos huevecillos porque sabe que lo quiero y que siempre lo mimo haga lo que haga, el mamonazo.

En fin, estuve un rato mosca con él, pero después hicimos las paces y ahora está sobando tan pancho en mi cama, como siempre. Yo, tonta que soy, me arrepiento de haberle zurrado, a pesar de andar medio coja y tener la rodilla embadurnada de betadine... Si es que...

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